El salto al Balcón de Europa

Me llamo Faustino y no sé si me van a creer. Pero lo cierto es que caminaba yo anoche acompañado de mi fiel botella de güisqui, cuando sin darme cuenta me encontré en la reola del balcón de Europa. Había una niebla suave que subía entrelazándose entre las rejas del balcón  trayendo consigo aromas de vapores marinos. Me disponía yo a sentarme cuando  un rugir, como de fiera en celo, me atravesó los tímpanos.

            Miré en dirección al rugido y  observé para mi asombro, como  un tipo enfundado en un chándal negro se había subido a la barandilla del balcón dispuesto a arrojarse.

            -¡Deténgase!- grité- ¡No lo haga!- y corrí en su busca.

            El tipo no debió escucharme: Sin dilación cogió impulso y se arrojó al vacío.

            Me acerqué a la barandilla, escudriñé en la niebla, le clamé a grito pelado. Pero no obtuve ninguna respuesta.

            Corrí hacia el boquete de Calahonda. Bajé las escaleras con el alma en un puño y me dirigí donde yo supuse que hallaría el cuerpo del desgraciado que acabada de arrojarse.

            Miré a mi alrededor buscando trazas del hombre, y para mi desconcierto ví, al tipo sentado al borde del malecón, encendiendo un cigarrillo, tan relajado como quien acaba de echar el mejor de los polvos.

-¿No será usted el que se ha arrojado desde allí arriba?- pregunté todo alterado.

            -Sí. Y siento haberle asustado.

            Y yo que me acordé en ese instante de todos sus muertos.

            -¿Hace un cigarrillo?- me invitó mostrándome un paquete.

            -No. Mejor le doy un trago a mi botella de güisqui.

            La niebla como una amante cariñosa nos envolvió a los dos. No veíamos más allá de nuestras narices.

            -Me llamo Stefano- se presentó.

            Nos dimos un apretón de manos. Aquel tipo no estaba frío, estaba gélido como un muerto.

            -Oiga, no sabe usted la angustia que he pasado-le expliqué- Cuando le ví arrojarse pensé que se estaba suicidando.

El tal Stefano se echó a reir.

-En otro tiempo puede- me confesó- pero eso que ha visto usted es un engaño óptico.

-¿Cómo es eso?- pregunté curioso.

-Fácil. Estoy entrenándome para hacer de doble en una película que se va a realizar a aquí en el Balcón de Europa - me explicó- Si camina un poco verá las cuerdas y  las colchonetas que tengo ahí instaladas.

            -Pues no vea como me ha impresionado usted.

            -Es todo concentración mental.

            -Lo que usted diga; pero hay que tener valor para tirarse al vacío con la naturalidad que usted lo ha hecho.

            -Ya le digo que todo es cuestión de mentalización y de suerte, claro- me dijo con una sonrisa picarona.

            La niebla se desvaneció, me tumbé en el malecón abrazado a mi botella de güisqui. El cielo apareció cuajado de unas estrellas que tiritaban  conmovidas de tanta belleza;  la luna, para no ser menos, nos mostraba la mejor de sus sonrisas… Creo que me adormilé. Cuando me incorporé, ya no estaba Stefano. Miré por todas partes pero no supe más de él.  Hasta esta mañana, cuando me enteré de la noticia, me quedé helado. Créame señor guardia,  si le digo que no fue un sueño,  yo hablé con el hombre que se suicidó anoche en el balcón de Europa.