Matilde
Cárcel de Palma de Mallorca, otoño de 1942: la oveja descarriada.
Está todo listo. En formación militar, las presas aguardan. Llegan el obispo
y el gobernador civil. Hoy Matilde Landa, roja y jefa de rojos, atea convicta y
confesa, será convertida a la fe católica y recibirá el santo sacramento del
bautismo. La arrepentida se incorporará al rebaño del Señor y Satanás perderá a
una de las suyas.
Se hace tarde.
Matilde no aparece.
Está en la azotea, nadie la ve.
Desde allá arriba se arroja.
El cuerpo estalla, como una bomba, contra el patio de la prisión.
Nadie se mueve.
Se cumple la ceremonia prevista.
El obispo hace la señal de la Cruz, lee una página de los evangelios, exhorta
a Matilde a renunciar al Mal, recita el Credo y toca su frente con agua
consagrada.


 


Rosario
Villarejo de Salvanés, verano de 1936: Rosario Sánchez Mora marcha al
frente.
Ella está en clase de Corte y Confección cuando unos milicianos vienen a
buscar voluntarias. Arroja al suelo las costurerías y de un salto trepa al camión,
con sus diecisiete años recién cumplidos, su falda de volados recién estrenada y
un mosquetón de siete kilos que carga, como un bebé, entre los brazos.
En el frente, se hace dinamitera. Y en alguna batalla, cuando enciende la
mecha de una bomba casera, un envase de leche condensada relleno de clavos,
la bomba estalla antes de ser arrojada. Ella pierde la mano pero no la vida,
gracias a que un compañero le ata un torniquete con las cintas de sus
alpargatas.
Después, Rosario quiere seguir en las trincheras, pero no la dejan. Las
milicias republicanas necesitan convertirse en ejército, y en el ejército las
mujeres no tienen lugar. Tras mucho discutir consigue que al menos la dejen
repartir cartas, con grado de sargenta, en las trincheras.
Al fin de la guerra, sus vecinos del pueblo le hacen el favor de denunciarla
a las autoridades, que la condenan a muerte.
Antes de cada amanecer, espera el fusilamiento.
Pasa el tiempo.
No la fusilan.
Años después, cuando sale de la cárcel, vende cigarrillos de contrabando en
Madrid, en los alrededores de la diosa Cibeles.


 

Victoria
Madrid, invierno de 1936: Victoria Kent es elegida diputada.
Su popularidad proviene de la reforma de las cárceles.
Cuando inició esa reforma, sus enemigos, numerosos, la acusaron de
entregar a España, inerme, en manos de los delincuentes. Pero Victoria, que
había trabajado en las prisiones y no conocía de oídas el dolor humano, siguió
adelante con su programa:
cerró las prisiones inhabitables, que eran la mayoría;
inauguró los permisos de salida;
liberó a todos los presos mayores de setenta años;
creó campos de deportes y talleres de trabajo voluntario;
suprimió las celdas de castigo;
fundió todas las cadenas, grilletes y rejas
y convirtió todo ese hierro en una gran escultura de Concepción Arenal.


 

Las edades de Josephine
A los nueve años, trabaja limpiando casas en Saint Louis, a orillas del
Mississippi.
A los diez, empieza a bailar, por monedas, en las calles.
A los trece, se casa.
A los quince, otra vez. Del primer marido, no le queda ni siquiera un mal
recuerdo. Del segundo, guarda el apellido, porque le gusta cómo suena.
A los diecisiete, Josephine Baker baila charleston en Broadway.
A los dieciocho, cruza el Atlántico y conquista París. La Venus negra
aparece desnuda en el escenario, sin más ropa que un cinturón de bananas.
A los veintiuno, su rara mezcla de payasa y mujer fatal la convierte en la
vedette más admirada y mejor pagada de toda Europa.
A los veinticuatro, es la mujer más fotografiada del planeta. Pablo Picasso,
arrodillado, la pinta. Por parecerse a ella, las pálidas damiselas de París se
frotan con crema de nuez, que oscurece la piel.
A los treinta, tiene problemas en algunos hoteles, porque viaja acompañada
por un chimpancé, una serpiente, una cabra, dos loros, varios peces, tres gatos,
siete perros, una leoparda llamada Chiquita, que luce collar de diamantes, y un
cerdito, Albert, que ella baña con el perfume Je reviens, de Worth.
A los cuarenta, recibe la Legión de Honor por sus servicios a la resistencia
francesa durante la ocupación nazi.
A los cuarenta y uno, cuando ya va por el cuarto marido, adopta doce niños
de diversos colores y diversos lugares, que ella llama mi tribu del arcoiris.
A los cuarenta y cinco, regresa a los Estados Unidos. Exige que a sus
espectáculos asistan, todos mezclados, blancos y negros. Si no, no actúa.
A los cincuenta y siete, comparte el estrado con Martin Luther King y habla
contra la discriminación racial ante la inmensa Marcha sobre Washington.
A los sesenta y ocho, se recupera de una estrepitosa bancarrota y celebra, en
el teatro Bobino de París, su medio siglo de actuación en este mundo.
Y se va.


 

Rosa
Nació en Polonia, vivió en Alemania. A la revolución social consagró su
vida, hasta que cayó asesinada. A principios de 1919, los ángeles guardianes del
capitalismo alemán le partieron el cráneo a golpes de culata de fusil.
Poco antes, Rosa Luxemburgo había escrito un artículo sobre los primeros
pasos de la revolución rusa. El artículo, nacido en la cárcel alemana donde
estaba presa, se oponía al divorcio del socialismo y la democracia.
* Sobre la nueva democracia: La democracia socialista no es algo que empieza
en la tierra prometida sólo cuando han sido echados los fundamentos de la
economía socialista. No llega como una especie de regalo de Navidad para la
gente que la merece por haber soportado, en el ínterin, a un puñado de
dictadores socialistas. La democracia socialista empieza simultáneamente con
el comienzo de la destrucción de la clase dominante y de la construcción del
socialismo.
* Sobre la energía del pueblo: El remedio que han encontrado Trotski y
Lenin, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que
se proponen curar, porque tapona la única fuente de corrección de todas las
limitaciones de las instituciones sociales. Esa fuente es la activa, irrestricta,
energizante vida política de las más amplias masas del pueblo.
* Sobre el control público: El control público es indispensablemente necesario.
Cuando no existe, el intercambio de experiencias se reduce al cerrado círculo de
los dirigentes del nuevo régimen. La corrupción resulta inevitable.
* Sobre la libertad: La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para
los miembros de un partido, por numeroso que sea, no es libertad. La libertad
es siempre y exclusivamente libertad para quien opina diferente.
* Sobre la dictadura burocrática: Sin elecciones generales, sin irrestricta
libertad de prensa y libertad de reunión, sin un libre debate de opiniones, la
vida muere en las instituciones públicas, se convierte en una caricatura de
vida donde sólo la burocracia es elemento activo. La vida pública cae
gradualmente dormida, y unos pocos líderes del partido, dotados de incansable
energía y de ilimitada experiencia, gobiernan y mandan. Entre ellos, no más
que una docena de cabezas dirigen realmente, y una minoría selecta de la clase
trabajadora es invitada, de tiempo en tiempo, a reuniones donde aplaude los
discursos de los líderes y aprueba las resoluciones por unanimidad.


 

Alexandra
Para que el amor sea natural y limpio, como el agua que bebemos, ha de ser
libre y compartido; pero el macho exige obediencia y niega placer. Sin una
nueva moral, sin un cambio radical en la vida cotidiana, no habrá emancipación
plena. Sí la revolución social no miente, debe abolir, en la ley y en las
costumbres, el derecho de propiedad del hombre sobre la mujer y las rígidas
normas enemigas de la diversidad de la vida.
Palabra más, palabra menos, esto exigía Alexandra Kollontai, la única
mujer con rango de ministro en el gobierno de Lenin.
Gracias a ella, la homosexualidad y el aborto dejaron de ser crímenes, el
matrimonio ya no fue una condena a pena perpetua, las mujeres tuvieron
derecho al voto y a la igualdad de salarios, y hubo guarderías infantiles
gratuitas, comedores comunales y lavanderías colectivas.
Años después, cuando Stalin decapitó la revolución, Alexandra consiguió
conservar la cabeza. Pero dejó de ser Alexandra.


 

Marie
Fue la primera mujer que recibió el premio Nobel, y lo recibió dos veces.
Fue la primera mujer catedrática de la Sorbona, y durante muchos años la
única.
Y después, cuando ya no podía celebrarlo, fue la primera mujer aceptada en
el Panteón, el portentoso mausoleo reservado a los grandes hombres de Francia,
aunque no era hombre y había nacido y crecido en Polonia.
A fines del siglo diecinueve, Marie Sklodowska y su marido, Pierre Curie,
descubrieron una sustancia que emitía cuatrocientas veces más radiación que el
uranio. La llamaron polonio, en homenaje al país de Marie. Poco después,
inventaron la palabra radiactividad y comenzaron sus experimentos con el radio,
tres mil veces más poderoso que el uranio. Y juntos recibieron el premio Nobel.
Pierre ya tenía sus dudas: ¿eran ellos portadores de una ofrenda del cielo o
del infierno? En su conferencia de Estocolmo, advirtió que el caso del propio
Alfred Nobel, inventor de la dinamita, había sido ejemplar:
—Los poderosos explosivos han permitido a la humanidad llevar a cabo trabajos
admirables. Pero también son un medio temible de destrucción en manos de los grandes
criminales que arrastran a los pueblos a la guerra.
Muy poco después, Pierre murió atropellado por un carro que cargaba
cuatro toneladas de material militar.
Marie lo sobrevivió, y su cuerpo pagó el precio de sus éxitos. Las
radiaciones le provocaron quemaduras, llagas y fuertes dolores, hasta que por
fin murió de anemia perniciosa.
A la hija, Irene, que también fue premio Nobel por sus conquistas en el
nuevo reino de la radiactividad, la mató la leucemia.


 

Resurrección de Camille
La familia la declaró loca y la metió en un manicomio.
Camille Claudel pasó allí, prisionera, los últimos treinta años de su vida.
Fue por su bien, dijeron.
En el manicomio, cárcel helada, se negó a dibujar y a esculpir.
La madre y la hermana jamás la visitaron.
Alguna que otra vez se dejó ver su hermano Paul, el virtuoso.
Cuando Camille, la pecadora, murió, nadie reclamó su cuerpo.
Años demoró el mundo en descubrir que Camille no sólo había sido la
humillada amante de Auguste Rodin.
Casi medio siglo después de su muerte, sus obras renacieron y viajaron y
asombraron: bronce que baila, mármol que llora, piedra que ama. En Tokio, los
ciegos pidieron permiso para palpar las esculturas. Pudieron tocarlas. Dijeron
que las esculturas respiraban.


 

Emily
Ocurrió en Amherst, en 1886.
Cuando Emily Dickinson murió, la familia descubrió mil ochocientos
poemas guardados en su dormitorio.
En puntas de pie había vivido, y en puntas de pie escribió. No publicó más
que once poemas en toda su vida, casi todos anónimos o firmados con otro
nombre.
De sus antepasados puritanos heredó el aburrimiento, marca de distinción
de su raza y de su clase: prohibido tocarse, prohibido decirse.
Los caballeros hacían política y negocios y las damas perpetuaban la
especie y vivían enfermas.
Emily habitó la soledad y el silencio. Encerrada en su dormitorio, inventaba
poemas que violaban las leyes, las leyes de la gramática y las leyes de su propio
encierro, y allí escribía una carta por día a su cuñada, Susan, y se la enviaba por
correo, aunque ella vivía en la casa de al lado.
Esos poemas y esas cartas fundaron su santuario secreto, donde quisieron
ser libres sus dolores escondidos y sus prohibidos deseos.


 

Florence
Florence Nightingale, la enfermera más famosa del mundo, dedicó a la
India la mayor parte de sus noventa años de vida, aunque nunca pudo viajar a
ese país que amó.
Florence era una enfermera enferma. Había contraído una enfermedad
incurable en la guerra de Crimea. Pero desde su dormitorio de Londres escribió
una infinidad de artículos y cartas que quisieron revelar la realidad hindú ante
la opinión pública británica.
* Sobre la indiferencia imperial ante las hambrunas: Cinco veces más
muertos que en la guerra franco-prusiana. Nadie se entera. No decimos
nada de la hambruna en Orissa, cuando un tercio de su población fue
deliberadamente autorizada a blanquear los campos con sus huesos.
* Sobre la propiedad rural: El tambor paga por ser golpeado. El
campesino pobre paga por todo lo que hace, y por todo lo que el
terrateniente no hace y hace que el campesino pobre haga en su lugar.
* Sobre la justicia inglesa en la India: Nos dicen que el campesino pobre
tiene la justicia inglesa para defenderse. No es así. Ningún hombre
tiene lo que no puede usar.
* Sobre la paciencia de los pobres: Las revueltas agrarias pueden
convertirse en algo normal en toda la india. No tenemos ninguna
seguridad de que todos esos millones de hindúes silenciosos y
pacientes seguirán por siempre viviendo en el silencio y la paciencia.
Los mudos hablarán y los sordos escucharán.


 

Concepción
Pasó la vida luchando con alma y vida contra el infierno de las cárceles y
por la dignidad de las mujeres, presas de cárceles disfrazadas de hogares.
Contra la costumbre de absolver generalizando, ella llamaba al pan pan y al
vino, vino:
—Cuando la culpa es de todos, es de nadie —decía. Así se ganó unos cuantos
enemigos.
Y aunque a la larga su prestigio ya era indiscutible, a su país le costaba
creérselo. Y no sólo a su país: a su época también.
Allá por 1840 y algo, Concepción Arenal había asistido a los cursos de la
Facultad de Derecho, disfrazada de hombre, el pecho aplastado por un doble
corsé.
Allá por 1850 y algo, seguía disfrazándose de hombre para poder
frecuentar las tertulias madrileñas, donde se debatían temas impropios a horas
impropias.
Y allá por 1870 y algo, una prestigiosa organización inglesa, la Sociedad
Howard para la Reforma de las Prisiones, la nombró representante en España.
El documento que la acreditó fue expedido a nombre de sir Concepción Arenal.
Cuarenta años después, otra gallega, Emilia Pardo Bazán, fue la primera
mujer catedrática en una universidad española. Ningún alumno se dignaba
escucharla. Daba clases a nadie.