LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
Durante un fin de semana en un casino de
un Hotel de Atlantic City, New Jersey, una mujer se ganó una cubeta llena de
monedas de veinticinco centavos de dólar. Decidió tomarse un descanso para ir a
cenar con su esposo en el comedor del hotel, pero primero quería guardar en su
cuarto la cubeta con las monedas . "Ya vuelvo, le dijo a su esposo, guardo esto
y nos vamos a cenar".
Se dirigió al ascensor y cuando intento entrar, vio que ya dos hombres estaban
adentro. Ambos eran negros. Uno de ellos era grande, muy grande... una torre
intimidante y presionaba el botón que mantenía la puerta abierta. La mujer se
congeló en la puerta del ascensor.
Su primer pensamiento fue: ¡Estos dos negros me van a robar! Su siguiente
pensamiento fue: !No seas racista, ellos parecen unos caballeros amables!
Pero sus prejuicios raciales eran muy poderosos y el miedo la mantuvo
inmovilizada. Permaneció parada y mirando fijamente a ambos hombres. Se sentía
angustiada, aturdida, avergonzada. Rogó que ellos no pudieran leer sus
pensamientos, pero sabía que seguramente sabían lo que le pasaba. Su vacilación
en entrar con ellos al ascensor era demasiado obvia. Se sonrojó. Sabía que no
podía permanecer parada ante ellos, por lo que con un gran esfuerzo dio un
primer paso hacia el ascensor y luego otro y otro, hasta lograr entrar.
Evitando el contacto visual con ellos, se volteó rápidamente y quedó de frente a
la puerta, con los dos negros detrás de ella. ¡Sus temores se incrementaron! La
puerta se había cerrado, pero el ascensor no se movía. El pánico la consumía.
¡Dios mío, pensó, estoy atrapada y a punto de ser robada! Su corazón latía
apresuradamente. Sudaba por cada poro de su piel. Luego, uno de los hombres
dijo: ¡Al piso . . . !
Su instinto de supervivencia le aconsejo: ¡Haz lo que te digan! No pongas
resistencia por una cubeta llena de monedas. Piensa en tu integridad física!!
Lanzó la cubeta hacia arriba, extendió sus brazos y se tiró de cabeza sobre la
alfombra del piso del ascensor y cerró sus ojos con firmeza. Una lluvia de
monedas cayó sobre ella. Rogó a Dios que los dos negros tomaran las monedas y
que no le hicieran daño.
Pasaron unos segundos que le parecieron interminables. Oyó que uno de los dos
hombres, le dijo cortésmente: "Señora, si nos dice a que piso se dirige,
presionaremos el botón correspondiente". El que lo dijo tuvo problemas en
articular las palabras. Estaba tratando no soltar una carcajada. Ella abrió los
ojos, levantó la cabeza y miró hacia arriba a ambos negros.
Ellos le ofrecieron sus manos para ayudarla a levantarse.
Confundida, trastabilló hasta lograr ponerse de pie. El más bajo de los dos le
dijo: "Cuando le dije a mi amigo "al piso", quise decir que debería presionar el
botón de nuestro piso. No quise decir que usted se arrojara al piso, señora."
El hombre se estaba mordiendo los labios. Era obvio que a duras penas podía
contener las carcajadas que se revolvían incontenibles en su interior. Ella
pensó: "Dios mío, he hecho el ridículo."
Estaba muy humillada para poder hablar. Deseaba lograr emitir una disculpa, pero
no le salían las palabras. ¿Cómo se le pide disculpas a dos respetables
caballeros con quienes te comportaste como si te fueran a robar?
No sabia qué decir, apenas logro tartamudear el número de su piso.
Entre los tres recogieron las monedas y rellenaron la cubeta. Cuando el ascensor
llego al piso de ella, los dos hombres insistieron en acompañarla hasta la
puerta de su habitación. En frente a la puerta de su habitación, ellos le
desearon que tuviese una buena noche.
Mientras ella se escurría dentro de su cuarto, podía oír las grandes carcajadas
de ambos hombres caminando hacia el ascensor. La mujer se cepilló el traje, se
peinó y logró calmarse y controlarse. Bajó a cenar con su esposo.
Al día siguiente, un ramo de flores fue llevado a su habitación una docena de
rosas. La tarjeta del ramo decía:
"Muchas gracias por las mejores carcajadas que hemos tenido en muchos años". Firma: "Eddie Murphy y Michael Jordan".
Un hecho real
en un mundo al revés (Rosa
Montero)
Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e
inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del
autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado
los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con
estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha
sentado en su lugar y está comiendo su bandeja. De entrada, la muchacha se
siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone
que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la
intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para
pagarse la comida, aún siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de
nuestros ricos países.
De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todas esas personas que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aún bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: “Pero qué chiflados están los europeos”.
Si . . .
Si nunca experimentaste el horror de una batalla, la soledad de la prision, la
agonía de la tortura o el hambre, estás por delante de 500 millones de personas
en el mundo.
Si tienes comida en el refrigerador, estás vestido, tienes un techo y un lugar
propio para dormir, eres más
rico que el 75% de los habitantes del planeta.
Si tienes dinero en el banco o en la billetera, y algo de cambio en el bolsillo,
o en cualquier otra
parte, perteneces al 8% de los mas ricos de la Tierra, el 92% restante, no puede
ahorrar.
Si viven tus padres y están juntos todavía, eres muy raro, especialmente en los
Estados Unidos, en Europa o en Canadá.
Si puedes mantener la cabeza alta, con una sonrisa en la cara, y estás
verdaderamente agradecido por todo cuanto disfrutas, eres un gran afortunado,
porque la mayoría puede, pero no lo hace.
Y si puedes leer este mensaje, estás recibiendo ahora una doble bendición, no
sólo porque alguien haya pensado en tí, sino porque más de dos mil millones de
personas en el mundo, ni siquiera saber leer.
."Quien no quiere razonar es un fanático; quien no sabe razonar es un tonto; y quien no se atreve a razonar es un esclavo". (William Henry)